miércoles, 29 de octubre de 2014

TAREA #4 COCINA MOLECULAR :)

EMULSIONES
Familia que nació con el producto Lecite, con el que se pueden obtener elaboraciones aireadas, y a la que se han añadido dos productos más, Sucro y Glice. La característica más destacable de estos últimos es su capacidad de unir dos fases que no se pueden mezclar, como son los medios grasos y los medios acuosos. Ello permite realizar emulsiones que de otro modo sería muy difícil conseguir.
ESPESANTES
En la cocina se han utilizado desde siempre productos para espesar salsas, cremas, jugos, sopas, etc. Los almidones, las féculas, la harina, son los espesantes que se han empleado tradicionalmente, con el inconveniente de que se debe añadir una cantidad notable, lo cual incide en el sabor final.
Con la familia Espesantes presentamos Xantana, un nuevo producto capaz de espesar las elaboraciones de cocina con una cantidad mínima, y sin distorsionar en absoluto las características gustativas iniciales.
AIRES

Se puede conseguir aire en alimentos que ya contienen lecitina, como la zanahoria, la remolacha o la manzana, pero lo importante es que Ferran Adriá y su equipo descubrieron que también podían obtener aire añadiendo lecitina de soja en cualquier liquido licuado.

LOS SONIDOS DEL MAR
El prestigioso chef británico Heston Blumenthal del restaurante The Fat Duck, nos cuenta paso a paso la gestación del plato Sound of the Sea (El sonido del mar), fruto de la investigación que llevó a cabo junto a Charles Spence sobre la introducción del sonido en la experiencia gastronómica.
Después de varios años de pruebas, ideas descabelladas, callejones sin aparente salida y problemas tecnológicos, el plato terminó convirtiéndose en una extraordinaria evocación multisensorial del mar. De todos los sentidos el oído es quizá el más infravalorado en términos gastronómicos, aunque resulta fundamental en nuestra apreciación de una comida. Durante mi programa de televisión Kitchen Chemistry Jon Prinz me lo demostró dándome a probar una barra de chicle mientras a través de unos auriculares escuchaba un sonido crujiente. Como en los juegos de feria –¡Derriba las latas con tres pelotas y gana el premio! ¡Y nada de tirar desde abajo!– parecía fácil, pero resultó ser tremendamente difícil. Aunque sabía que el chicle era blando y masticable, el sonido crujiente hizo que mi cerebro actuase como si estuviese comiendo algo más quebradizo: evitaba que mi mandíbula se cerrase por completo para impedir que mis dientes chocasen. Fue una experiencia extraña, como si mi cerebro estuviese bajo el control de un agente exterior. Sin siquiera darme cuenta, traté de luchar contra ello y después de todo mis dientes terminaron chocando.


Reunimos a un grupo de asistentes del laboratorio para servirnos de ellos como conejillos de indias sin contarles de qué iba todo aquello, cortamos por la mitad unas cuantas ostras y les dimos a probar una mitad acompañada por el sonido del mar y la otra por el de una granja. En todos los casos la experiencia de la ostra con el sonido del mar resultó ser más satisfactoria y al comerla parecía más salada. Aquello estaba lejos de ser concluyente; después de todo, los asistentes podían suponer qué era lo que estábamos buscando e, inconscientemente, anticipar el resultado (y las expectativas influyen sin lugar a dudas en el sabor), pero los hallazgos eran lo bastante consistentes como para continuar profundizando en la investigación.
En el Sound of the Sea esta tecnología permite que la gente escuche las gaviotas como si realmente estuviesen revoloteando por la sala. Cuando los comensales se insertan los pequeños auriculares se ven transportados a una playa –el romper de las olas contra la costa, el canto melancólico de las gaviotas– y ante ellos, en el plato, está el punto de encuentro entre el mar y la orilla: la marca de la marea y los desechos que deja tras de sí, los restos de espuma, las algas varadas.  Para reproducir la “arena” uno de los aprendices sugirió utilizar un cierto tipo de harina de tapioca e invertimos meses en probar y ajustar la textura y el sabor.
La visión, los sonidos, los aromas, las texturas y los sabores de un plato pueden trabajar al unísono para estimular los sentimientos que contribuyen a crear esa escena.

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